La mayoría de las personas vela durante el día y duerme durante la noche. A primera hora de la mañana, mientras algunos todavía duermen, otros ya se dirigen apresurados a sus trabajos rutinarios o vuelven de ellos. A esa hora, los empleadosocupan los mismos espacios públicos que los ociosos, que aún continúan de fiesta, los deportistas madrugadores, las personas que sacan a pasear a sus perros o aquellas que no tienen otra alternativa que la de vivir y pernoctar en la calle. Uno pensaría que en esos momentos en que nace un nuevo día, algo nuevodebería llegar, pero es entonces cuando se intensifica la sensación de que todo ese tráfico, más que movimiento, es agitación; que no vamos a ningún lado. Nada parece importarnos a los hombres y mujeres que cruzamos estos lugares de paso, sus posibles implicacionespolíticas ni su historia, lo que otros hombres disfrutaron o sufrieron en ellos.Simplemente,los transitamos medio sonámbulos y despreocupados, cortos de memoria, sin aprender nada. Igual que otros antes que nosotros. Y uno se hace consciente de la importancia de que ¿avive el seso¿, como decía el poeta, de quedespertemos, porque nuestra vidaes tan breve queincluso nuestras cosas podrían ser más longevas, y tan poco sustancial que, incluso en el mejor de los casos, nuestro legado no interesará a casi nadie.